viernes, 31 de octubre de 2008

Retazos de ciudad (I)

Alguna vez, mientras leía un tratado de apreciación del arte, me encontré con un concepto interesante: el teórico reclamaba para el espectador el derecho de escoger lo que se podía apreciar. El hombre no tenía ningún asco en desechar las figuras de las dos Marías (la madre y la mamacita) en el cuadro de Mantegna.

Así que quiero empezar este ejercicio maravilloso. Voy a presentarles algunos de los rincones, espacios, ambientes y detalles que son mis favoritos en Quito. Les dejo a ustedes la curiosidad para ver si los pueden hallar. Porque dar demasiadas pistas es destruir la ilusión, como con los magos. Una ciudad, y más todavía Quito, están hechas para ser recorridas, husmeadas, desentrañadas. Eso hago ahora en Madrid, pero también quiero hacerlo en el Quito de mis recuerdos. Entonces empiezo.
Solía bajar por la calle de la Ronda, desde mucho antes que la maquillaran; lo hacía con una mezcla de emoción y pánico: siempre me pareció uno de los últimos reductos del Quito que yo relacionaba con mi infancia. El olor a agua jabonosa, las paredes de adobe descortezadas, el tufo a orines, a humedad, a hacinamiento. No es peyorativo lo que digo, me parece que es eso lo que un barrio tiene que ser: un lugar real que no esconde su miseria. La primera vez que busqué la calle lo hacía porque quería conocer un lugar mítico, repetido hasta el cansancio por las acuarelas y óleos que había visto en cada casa quiteña.

¿Dónde están las casas más antiguas de nuestra ciudad? Aparte de iglesias y conventos claro. Hace mucho que no se le llama “colonial” a la ciudad vieja, y es un acierto. Casi nada es colonial allí. Casi todas las construcciones civiles son republicanas, del siglo XIX. Entonces ¿dónde hallar esas casas? No se debe buscar en las plazas más importantes. Allí vivían las familias ricas, con suficientes recursos como para (cada cincuenta años) botar las casa viejas y construir otras, nuevas y a la moda.
Pero en los barrios populares, donde las familias no tenían tanto poder adquisitivo, uno tenía que aguantarse la casa del bisabuelito así fuera vieja, hedionda y estuviese repleta de duendes y fantasmas. Barrios como San Juan, San Marcos, la Loma Grande, San Roque o la Ronda están llenas de casas del siglo XVII y XVIII.
Jurado Noboa señala 17 casas del siglo XVII; de éstas, cinco se encuentran en las dos cuadras de la Ronda, convirtiéndola en una de las calles históricas de la ciudad. De allí saco esta imagen: un zaguán ascendente, porque la casa es más antigua que la misma calle. Ahora esta casa está remodelada, algo ha perdido de ese encanto de patio de abuelito. Estas paredes, abiertas directamente en el cerro, alguna vez fueron el escondite perfecto de ladroncitos y arranchadores. Ahora sirven allí uno de los mejores platos de camarón al ajillo que he probado.

lunes, 27 de octubre de 2008

¿Por qué soy hincha del Quito?


El recuerdo más antiguo que tengo es de los felices ochentas, cuando mi tío me llevaba al Atahualpa, para ver al deportivo Quito. Lo que, a mis seis años, llamaba más mi atención eran las camisetas, tan colorinches, azules y rojas. Así que mis inicios fueron como los de cualquier hincha: por tradición y novelería.
¿Cómo explicar este amor por el equipo? Pues, justamente, como a todo los amores. El Quito y yo hemos tenido altibajos, abandonos y traiciones. Mi tío, con el tiempo, se fue a vivir a Guayaquil y, por supuesto, se hizo barcelonista.
Yo también he cometido adulterio, he de confesarlo, pero lo he hecho por amor. La primera vez fue por amor a mi abuelo, que era fanático del Nacional. Así que me hice hincha (apático), hasta que me enteré que el equipo era de militares. Pudo más mi repugnancia hacia las Fuerzas Armadas y lo dejé. La segunda traición fue también por amor, amor al teatro y la literatura. Sucumbí (¡ah la juventud!) a ese prejuicio tonto de que “el fútbol es el opio del pueblo” y que, por tanto, nada más lejano a lo que un buen intelectual debiera ser.
Pero ahora ya he superado todo, y nuestra relación es sana. No soy hincha de triunfos (me encantaría que el Quito sea campeón, claro). Talvez ahora puedan entenderlo mejor los barcelonistas, o los liguistas de cuando su equipo bajó a la B. Lo mejor es llegar a sentir ternura por tu equipo: llorar y jurar que será el próximo año (mientras te secas las lágrimas); aguantar las bromas de tus amigos y vengarte, de vez en cuando, de ellos; ver a tu sobrino, o hijo, o hermano pequeño, repleto de conflictos por ser hincha de un equipo al que ninguno de los otros niños sigue.
Supongo que no faltará quién repita aquello de que, como buen hincha del Quito, me alegro más cuando le gana a la Liga que si fuésemos campeones. Si alguno de ustedes está pensando así, es porque no leyó el resto de la entrada.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Don Alfredito

Las ciudades no serían nada sin los personajes que las habitan. Para mí es un honor conocer a algunos. Y quisiera hacer un peque homenaje, en mi blog, a una de las personas que más ha inspirado mi trabajo: el doctor Alfredo Costales. Es casi el abuelito sabio en Quito Eterno. Junto a su esposa, Piedad, a quien no tuvimos el honor de conocer, ha realizado un enorme trabajo de estudio y reflexión respecto a nuestra parte de ecuatorianidad que menos nos ha interesado conocer, por racismo y complejo: las culturas anteriores al incario. Desde la genealogía, o la lingüística, y viviendo media vida entre los archivos históricos del país, ha logrado construirnos una idea un poco más clara de esos orígenes...
Fuera de cualquier discusión que exista respecto a su forma de entender el pasado, Don Alfredo es un ejemplo de intelectual y de ecuatoriano... fuera de estupideces como himnos, escudos (¡el cuy en nuestro sagrado símbolo!), o banderitas, o soldaditos y guerritas...
Pues nada, ojalá algún día se pueda homenajear a este gran hombre con nuestro trabajo...



¡Ah! Y, porsiaca, el mural que está detrás fue pintado, en parte, por Diógenes Paredes...¡acho!

martes, 7 de octubre de 2008

Primeras observaciones de un viajero sorprendido

Cuesta acostumbrarse a un lugar extraño, pero cuesta aún más un lugar que no lo es del todo. Empecemos con las diferencias: acá los bancos no parecen bancos y los restaurantes no parecen restaurantes. Me explico: cuando entré en mi banco (porque ya tengo cuenta por estos lares) esperé encontrar ventanillas y colas, lo normal. Pero no, solo hallé escritorios y funcionarios detrás de ellos. Huelga decir que escapé espantado y, para tranquilizar los nervios, entré a un local que tenía pinta de ser muy local y que se anunciaba como restaurante. Nueva sorpresa: no existía en todo el lugar una mesa con sillas (lo que para mí hubiese sido lo obvio), sino una barra con banquitas ad hoc. Pero mi verdadera sorpresa es el sistema de abastecimiento: igual que en Italia, depende de donde te coloques para que cambien los precios de lo que consumes. Pues yo, ni tonto, me puse en la barra, que es más barato. Pero allí el problema es que tienes que pelearte por tu alimentación. Y eso es demasiado para un tranquilo y callado personaje andino. Pero bue, ya me estoy acostumbrando. Lo interesante es el folclor local, como ejemplo este restaurante de inequívoco sabor local:

Y, ahora, un famoso cantante españolísimo:

Salud y anarquía ibérica...