jueves, 26 de febrero de 2009

Francis Bacon

Para los que aún creen que el arte tiene que ver con lo bello, lo bueno y lo virtuoso.
Para los que creen que es una buena táctica avanzada de apareamiento.
Para quienes el arte les tiene que contar cosas.
Y para los artistas "loquitos", que piensan que fumándose todos los porros del mundo, y bebiendo como benditos (excluyo de aquí a mi pana el Ebrio, que es ebrio primero... y poeta después...), y sufriendo mucho al calor de su café, en su cafetería intelectualoide, escribiendo puemas para conquistar a peladitas tan insulsas como ellos...

No les recomiendo a Francis Bacon.

De lo contrario le va a pasar lo que a muchos en el Prado... el choque brutal que implicó encontrarse con una obra tan dura, tan cruda... Hubo gente sincera, como las viejitas que despotricaban contra la muestra:

- No me gustó para nada.
- Pero... yo pensé que era algo distinto... es tan famoso...
- Pero es un horror, parece carne muerta.



Ellas, sin saberlo, llegaron al fondo de esta obra. Más que los pedantes que, para no quedar mal, salen con cosas como "¡magnífico!" "¡qué estilo!" u otras palabras tan huecas como esas. Porque sí, acá pasa igual que allá... el arte está desarticulado trágicamente de su público...

Ver una muestra tan completa de mi pintor favorito, con pequeñas muestras de cada una de sus etapas pictóricas, fue demasiado intenso. Poder observar de cerquita el trabajo minucioso de cada cuadro, los diferentes experimentos para lograr esos efectos tan brutales con los óleos (en un solo cuadro se podían ver cuatro o cinco maneras distintas de colocarlo en el lienzo). Contemplar las obsesiones del artista: perros, seres de rostros desmembrados, su gusto casi morboso por bocas y colmillos, hombres en penumbra, rostros que parecen barridos por una enfermedad repugnante, carne, grasa, cartílago... y el cuadro del papa Inocencio X, de Velásquez, que va a versionar durante décadas...



todo estaba allí... su paso de colores básicos, planos, brillantes (naranjas, rojos y amarillos), a los fríos verdes y azules oscuros... para terminar en esa suerte de colorido pop, de los últimos retratos. Su pasión por el cuerpo en movimiento, por la crueldad de la época que le tocó vivir.

Bacon es el pintor de una época en que ser pintor estaba dejando de estar de moda.
Bacon es el cronista de una civilización deshumanizada y cruel.
Bacon es el narrador horrorizado de la fragilidad humana, pues debajo de nuestros perfumes, y la ropa, y los títulos, y los nacionalismos... estamos nosotros...

los animalitos en la mesa de disección...

martes, 24 de febrero de 2009

El camino de Santiago

Compostela es piedra y silencio. Mientras caminaba por las callejas estrechas intentaba imaginar el número inacabable de peregrinos que han atravesado Europa (y la Mar Océano) para llegar aquí. Justo aquí. Ahora soy yo quien llega a la fachada de la Catedral. Pero no busco los huesos del Apóstol, ni es mi interés fotografiarme abrazado a la escultura de Santiago. Como el personaje del cuento de Alejo Carpentier vengo a encontrarme conmigo. Alguien me cuenta de la tradición respecto a cierta torre, rematada por una forma piramidal: su semejanza con las construcciones mayas, aztecas o quechuas hace creer a algunos que fue construida como un faro que iluminaría la evangelización de las Indias Occidentales.
Santiago es una figura muy interesante. Patrón de España, dio su nombre a un montón de ciudades americanas con el apellido local... ciudades mestizas, al fin y al cabo: Sanitago de Cuba, Santiago de Chile, Santiago de Quito (esa ciudad primigenia que nos une para siempre: el apellido se quedó en la sierra, con el nombre de San Francisco de Quito; el nombre se asentó junto al río, en la costa, y tomó un nuevo apellido local: Guayaquil.)
Santiago tembién es el patrón militar de los españoles. ¡Santiago y cierra España! ¡Santiago y a ellos! Esta figura me parece menos loable, durante mucho tiempo fue el símbolo del odio: Santiago Mata-moros es una iconografía muy representada en ambos lados del océano (pueden hallar un cuadro en el convento de San Francisco, en Quito). Pero en la Catedral del Cuzco hay un cuadro similar, solo que bajo los cascos del caballo de Santiago no hay moros... sino huestes imperiales: Santiago mata-incas. Y en el museo de arte republicano del Banco Central del Ecuador se halla uno más curioso todavía: los enemigos están vestidos de granaderos independentistas: Santiago mata-patriotas.
Compostela no deja de sorprenderme. Aunque el grupo escultórico que vine a ver, el pórtico de la Gloria (s. XIII), estuviese en restauración y completamente cubierto por plásticos.

Pongo esta foto... de puro picado...

Mientras visito el claustro principal se me acerca un sacerdote, bastante mayor.

- ¿De dónde es usted? ¿De latinoamérica?
- Sí, vengo de Ecuador.
- ¿De qué parte?
- De Quito...

De pronto, sus ojos se iluminan "¿De Quito? ¡Yo conozco esa ciudad!" Y luego me explica que estuvo allí, en una exposición sobre Santiago en el arte latinoamericano. Conoce mucho de la ciudad y se sorprende de que yo conozca también algo de ella. Le menciono que vi en la biblioteca arzobispal una edición princeps del "Gobierno Eclesiástico-Pacífico", de Gaspar de Villaroel (obispo quiteño). Él me comenta, con orgullo, que también poseen una copia del "Itinerario de párrocos", de Alonso de la Peña y Montenegro, décimo primer obispo de Quito, oriundo de Padrón... y me cuenta que el pueblo está muy cerca de allí, que se conserva la casa que levantó el obispo, y la tumba que nunca ocupó... que la gente aún lo llama "capilla del obispo de Quito".
Mientras conversamos me lleva a los archivos, me muestra algunos manuscritos y, finalmente, me regala un par de publicaciones históricas de la Catedral. Yo me siento honradísimo de su conocimiento de mi ciudad y de su aprecio por ella. Menciona la Compañía y San Francisco...

Nuevamente en la plaza, recuerdo el cuento de Carpentier. Justo allí, Juan el indiano, luego de su largísimo viaje por el Nuevo Mundo, se reencuentra con Juan romero, su otro más joven y sin toda esa experiencia de vida. Yo me hallo nuevamente aquí, más viejo y con algo más de experiencia... detrás de las chimeneas de Santiago de Compostela intento descubrir los Andes milenarios...

Arriba, es el Campo Estrellado, blanco de galaxias.
Alejo Carpentier

sábado, 14 de febrero de 2009

El bus ateo

Esta ha sido una de las cosas más tenaces que he visto en estas calles madrileñas.


La foto la tomé, sin permiso, de la página del bus ateo, pero cumplo con mi sagrada misión de hacer proselitismo.

¿Qué les parece? A mí me cogió de sorpresa, así que investigué a travez del todopoderoso google. Los cartelitos forman parte de una campaña de asociaciones ateas que buscan publicitar la idea. En principio me parece bien... Ya estoy hasta la coronilla de Testigos de Jehová timbrando a la puerta el domingo por la mañana... o de seudo-predicadores que, megáfono en mano, te gritan la fe en el oído... toda la gente de "fe" se "sabe" poseedora de la verdad y, por tanto, de trasmitirla (imponerla) al resto. Y esto de la verdad es cosa jodida... se han producido más guerras por eso que por otras razones más estéticas (la mujer más hermosa de la Hélade, por ejemplo)
La cosa es que no entiendo el revuelo que los dichosos carteles han levantado... toleramos a todos los religiosos, hasta a esos "pare de sufrir" y a los fundamentalistas libertarios-liberales-anticomunistas de la patria (que son más beatas que mi abuelita), pero cuando el que va a predicar su "fe" es un ateo... ahí sí ¡no! ¡qué horror! ¿qué será de nuestra gran civilización occidental y cristiana?
Como dije, no me gusta la imposición de ideas. Menos todavía cuando uno mantiene una situación de poder (creo que nunca mis alumnos escucharon sobre mis convicciones políticas o religiosas). Pero cuando se da en igualdad de condiciones (aunque esto no es nada frente al dinero y las relaciones que tienen las diferentes iglesias)... pues nada...
Y como me dice una amiga católica: "cuando te mueras nos veremos"... pues no creo que eso suceda...

miércoles, 11 de febrero de 2009

Sobre la memoria y libros viejos

Durante una semana estuve metido en archivos históricos de mi ciudad. De esta experiencia he sacado dos conclusiones:

1) La investigación histórico-artística es algo a lo que me quiero dedicar en la vida, así uno mi profesión a mi carrera de historiador frustrado.
2) La memoria de un pueblo es fragilísima.

El ejemplo es el fondo antiguo de la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, que actualmente se halla en reestructuración. Hay allí algunas prácticas que, la verdad, horrorizan. Durante muchos años la Biblioteca Nacional se ha usado como biblioteca pública. ¿Qué significa esto? Que muchos muchachos van allá para estudiar. ¿Cuál es el problema? Muchos siguen usando la práctica de, para ahorrarse fotocopias, arrancar la página entera. De principio uno puede decir: "eso pasa siempre". Y es cierto. Lo terrible es si lo hacen en un periódico de 1912, o en una edición princeps (primera edición) de un libro de autor ecuatoriano.
La cosa es que fui a buscar un manuscrito del siglo XVIII, que contiene ciertas obras tearales que me interesan. El museo del libro de esta biblioteca conserva parte de lo que fue la gran biblioteca de los jesuitas, la otra parte está en la Universidad Central y en bibliotecas particulares.
Lo primero que me llamó la atención es el enorme tragaluz que se abre sobre estos libros del XVI, XVII y XVIII, friéndolos bajo el sol equinoccial. Muchos libros están en buen estado, otros se están destruyendo, a pesar de las buenas intenciones de las personas que los cuidan. Aún se necesita una decisión estatal.
Vuelvo a mi historia: después de un día de búsqueda, por fin encontré el manuscrito. ¡Qué emoción! Allí estaba...



tener entre las manos un texto escrito en 1732 me hace sentir un poco aventurero, como Indiana Jones... con máscara y guantes. Ir descubriendo cómo vivía el autor, entre Quito y Riobamba, es bacansísimo.
No nos queda sino esperar que los planes de salvamento de este fondo lleguen a feliz término. Eso y no pensar en la cantidad de documentos que se estarán destruyendo en el resto de los archivos del país. Es como un alzheimer nacional...