lunes, 15 de junio de 2009

Revista Big Sur (Argentina)

Ahora que ya terminé la tesis (que me sacó la madre, para qué mentirles...), pues prometo ponerme al tanto del blog. Por ahora dejo un enlace a un pequeño texto mío, publicado en la revista Big Sur.

miércoles, 3 de junio de 2009

Ofelia city ¿la 5? ¿la 6?

El sexto sociales del glorioso 93... aunque falta casi la cuarta parte del curso. Su servilleta está abajo, casi espalda contra el piso.

Todos sentían el mismo placer oculto al dar el nombre del colegio en el que estudiaban, una de esas instituciones tradicionales cuyos orígenes se remontaban al inicio de la colonia, cuando la ciudad no era más que un montón de bohíos -a imitación de los de los naturales- y muros sillares para las futuras iglesias.
Aún podían percibir el respeto que el nombre contenía, como si el mero hecho de haberse graduado allí los convirtiera en el hombre más inteligente de la habitación. Todos sabemos lo que hay detrás de esto: una necesidad imperiosa de ser amados o, en su defecto, respetados, temidos, aclamados… Lo único que nadie puede soportar es el rechazo, el quedarse siempre en segunda fila. Hacer una broma y que nadie se ría. La vida se va convirtiendo en un juego de sonrisas, en un constante salir del rincón. Porque cuando por fin logras hacerte paso entre las multitudes borrosas, sale una mano misericordiosa y te vuelve a jalar para atrás. Es una vida de boutique cara: con etiquetas que cuelgan de un abrigo, que jamás dejará de ser un abrigo. Aunque cueste un horror.
Mencionar aquel nombre era pasar a formar parte de una tradición, de un historia. Y de eso estábamos todos necesitados. En un lugar donde siempre te repitieron que no tienes nada, que no eres nada. Huairapamushcas. Hijos del viento. Así que hay que aferrarse a algo. Cuando piensas en tu ciudad, imaginas grandes iglesias de hace trescientos o cuatrocientos años, jamás en el edificio ultramoderno de la calle de al lado. Porque lo que te es cercano no te emociona, no te sorprende. Pero Cepo parecía sorprenderse por todo. Había noches, cuando bajábamos a la plaza Foch, remozada hacía poco en el corazón mismo de la Zona, en que se quedaba parado en medio de la noche helada, mirando asombrado un nuevo lounge, y las lucecitas que brincaban en las terrazas cubiertas, donde los aniñaditos de la ciudad parecían vivir a su propio ritmo, mientras el resto pasaba de largo, en medio de la llovizna. Su contemplación podía resultar tan intensa que los demás nos íbamos nomás, sabiendo que él nos alcanzaría después. O talvez no, vaya uno a saber. Para los que no lo conocían podía pasar por ingenuo, pero de esa ingenuidad que raya en la estupidez.