La ciudad vieja es una abigarrada confusión de construcciones seculares, de espigados campanarios y tejados mohosos. La lógica es inversa: aquí los edificios modernos se vuelven ilógicos, impertinentes. Los miro con desprecio: han envejecido de mala manera, a diferencia de las pequeñas casas del siglo XVII, inundadas de vida. El mío es un intento por reconstruir el pasado, destruyendo el presente: me entretengo desmontando barrios enteros, que afean las faldas del volcán, para quedarme con el conjunto de construcciones achatadas y las largas torres de campanario que se amontonan en el pequeño valle andino.
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Hace 10 años