viernes, 26 de noviembre de 2010

La otra fundación de Quito

Nieto de indios, blanqueados por necesidad; longo, hijo de longos: uso la máscara de los amos, para bailar y reirme de ellos...



Cuentan, los que cuentos cuentan y cuentos saben, que cuando los danzantes bajaban a Quito, el mundo se aquietaba a su alrededor, todo se quedaba en absoluto silencio: las montañas, las hojas de los árboles, el jaguar... incluso el mismo sol.

El ritmo del danzante es el ritmo del corazón: pum, pum, pum. Un pie se levanta y cae al piso, el otro pie se levanta y cae al piso.

Durante siglos se prohibió la entrada de danzantes a las plazas de Quito, porque era cosa de indios. Sin embargo, en este país lo prohibido siempre es más atrayente y los danzantes seguían bailando.

En el siglo XIX, un presidente (modernizador y muy europeo) logró terminar por fin con esta costumbre poco civilizada: mandó a construir, en las plazas de la ciudad, hermosos jardines al estilo francés. Y los danzantes se fueron de Quito.



Sin embargo, aún es posible verlos en algunos de los antiguos pueblos de indios que, con el crecimiento de la ciudad, se convirtieron en barrios mestizos. Las personas fueron dejando el poncho y los sombreros, los tupus y las oshotas, para confundirse con los mestizos que iban llegando. Pero aún bailan, como lo hicieron sus padres y abuelos, aún toman las plazas de Cotocollao, La Magdalena, San Isidro del Inca y Zámbiza.

Dicen que, cuando los danzantes inician su baile, el mundo vuelve a girar a su alrededor.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Pedro Sandoval



Recuerdo al Pedro caminando por las calles de Quito, hace más de cinco años. Alto, un poco cargado de hombros y con un aire infantil que no se le va a quitar nunca. Apareció de la nada, junto con la Adrián y la Chío... tres guambras mexicanos que habían venido a conocer el otro hemisferio... y a hacer teatro.

Montaron una obra sobre la primera tragedia que visibilizó la violencia que ahora sufre México: los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Recuerdo al Pedro, sentado en el centro del escenario, cantando una versión de "Currucucucú paloma" que hasta ahora me hace correr un escalofrío largo.

El Pedro vivió en Quito, se enamoró aquí; y con la Adrian y la Chío compartimos parranda, alegría y nostalgia. Y así como llegaron, se fueron.

Los volví a ver hace unos tres años, cuando fui a un encuentro de poesía en el D.F. Allí estaba, con su mirada de niño travieso, con su sonrisa sincerota, con su andar atrabancado. En Toluca lo oí cantar nuevamente... allí hablamos largamente sobre su ciudad y la mía, sobre lo parecidos que somos, a pesar de ser tan lejanos... de los sueños y los recuerdos.

El Pedro siempre me convence de las cosas buenas que están por venir...

domingo, 5 de septiembre de 2010

Soñando con Quito

Una cancionsasa de Alex Alvear, con letra de Margarita Laso. Para los que creen que el pasillo es cosa del pasado...


lunes, 2 de agosto de 2010

Jacinto Collahuazo

Fue mágico y atemorizante.

Estar ahí, en el lugar que tanto tiene de ti y que tanto tiene de mí. Jacinto, mi Jacinto, volvía a la ciudad en la que nació y que, curiosamente, pisaba por vez primera. Aunque tampoco sé si decir "pisaba" sería lo correcto porque, al final, soy yo quien le presta los pies. Así que convengamos en decir que allí estábamos ambos.
Toa nos llevó a Otavalo porque quería que todos vean a su novio Jacinto. Y hacia allá fuimos. Apenas llegamos, empezó a llover. El escenario estaba construido en mitad de un patio, en el Ayllu Wasi, y era imposible armar el espectáculo. Así que nos pidieron que ofrendemos un par de copitas de puro a la pachamamita, para que no nos tratase mal durante la presentación.
Y así fue: de repente el cielo se abrió y nos fue permitido subir a escena.

¡Qué duro es decir ciertos textos en ciertos contextos! Gaspar de Mogrovejo estaba contando sobre las dificultades de estudiar en la universidad colonial, sobre los juramentos de pureza de sangre: ...hay que jurar, ante Dios y por escrito, que en la familia de uno nunca, jamás, se han mezclado con moros, judíos, negros... y, repentinamente, un nudo en la garganta, una desazón y un no saber qué hacer... ¿Cómo decirlo frente a un público así? ¿Cómo confrontar la propia realidad del actor, descendiente de indígenas que se blanquearon? Un silencio que se extiende hasta lo insostenible da paso al texto que, como nunca, pesó demasiado: ...ni indios.

Pero en el instante en que saliste al escenario, Jacinto, todo cambió. Decidiste hablar en runa shimi, en kichwa... primero fue el asombro y, luego, la risa abierta. ¿Sería que hablabas con acento? ¿O que solo entonces te convertiste, por fin, en un otro independiente? Porque fue cuando decidiste valerte por ti mismo, y contaste y bailaste y reíste como jamás antes lo habías hecho.

Luego de la función me di cuenta que, como un padre que observa a su hijo llegar a la mayoría de edad, empezaba a mirarte con respeto.