martes, 19 de mayo de 2009

El colegio San Gabriel

Vuelvo luego de un tiempo entregado completamente a mi tesis, con una nueva entrada vanidosa, que no pude evitar después de leer la noticia: el San Gabriel de mis amores ha conseguido los promedios más altos en los examenes generales que tomó el ministerio de educación, el año pasado, entre colegios de la sierra, en matemáticas y lenguaje.
No puedo negar que este hecho me toca las fibras más sensibles de la egoteca... ya que por más de siete años estuve a cargo de la literatura ecuatoriana, y cinco más dirigiendo el grupo de teatro del colegio. Es gracioso que todo vaya coincidiendo: con mis compañeros de generación (el glorioso 1993) hemos estado planeando hacer un reencuentro en el mismo lugar donde nos hicimos bestias el día de nuestros juegos pirotécnicos... y seguimos hablando las mismas tonteras que cuando nos graduamos...

En ese sentido no puedo negar las virtudes de mi colegio, a pesar de que he sido muy crítico con aquello que considero un desacierto. Pero siempre lo he defendido de los "agoreros del desastre" que año con año sueltan su memorable frase:

- dicen que el colegio ya se fue a la mierda...

Lo que nadie puede negar es la marca que el colegio deja a cada uno, para bien o para mal (porque también conozco a muchos que, con el solo recuerdo, huyen despavoridos, y lo entiendo: es muy difícil crecer en un grupo de adolescentes varones: la gente puede llegar a ser muy cruel). Y es que esos seis años son muy intensos en varios sentidos. Para algunos es la Lolita, para otros no... o su paso por los tradicionalísimos clubes de teatro o andinismo... o los deportes... o los profesores memorables: Guido Poveda, el doctor López, el muerto González, Jorge Uribe, el padre Acosta, el suco Ribas... Están los que salieron más izquierdosos y ateos que el Che en persona, y están los otritos, que han engrosado las líneas del conservadurismo más recalcitrante: ARNE, TFP, Legiones blancas y demás flores olorosas... En lo personal, el colegio me marcó en lo que quería hacer: los seis años en el grupo de teatro me condenaron fatalmente a la profesión.
Pero si hay algo que no soporto es esa vanidad tan jodida que nos meten, con eso de ser líderes y demás. Fenómeno acentuado entre los sociales: eso de los tres libros mal leídos es un problema: tienes que llegar la universidad para romperte las muelas contra el mundo... y, a veces, ni así... Hay una suerte de autosuficiencia pesadita, de intelectualidad posuda, de actitud de pueta de cafetín... que nos cierra al mundo, porque el San Gabriel es lo mejor y punto. Incluso desde lo interno: siempre me pareció molestosa esa división entre los gabrielinos "de primera": teatreros y andinistas, caballeritos gabrielinos que participan en todas las actividades, oradores y seudo filósofos, contentados con lo que hacen sin ver más allá de la avenida América. Todo el resto son los gabrielinos de "segunda", los que no se acoplaron, los calladitos, los que desaparecen entre la multitud, lo que no pertenecieron a nigún grupo de "elegidos"...
Mielda, que se extraña el colegio...

miércoles, 6 de mayo de 2009

Mi encuentro con Bobi


Martes, en medio de una semana veraniega, repleta de colores... y calores. Sin embargo, por dentro todo está muy gris. Una tristeza impertinente me embarga en esta ciudad de la que ya me estoy despidiendo. Descubro en mi blog roll lo increíble: un querido amigo - y maestro- Sergio Mercurio, el titiritero de Banfield ¡tiene una única presentación en Madrid! Es cuando uno dice que debe existir cierto orden cósmico en medio del caos de la existencia: era justo lo que me hacía falta. La ternura, la risa y la poesía de Sergio es una de esas cosas que la vida te regala para que recuerdes que vale la pena estar en ella. No he visto a Sergio desde el 2007, cuando estrenó Viejos, en el teatro Sucre. No hemos podido conversar por largo tiempo desde el 2000, cuando trabajaba en el grupo de titiriteros que formó en Quito. Y no he podido ver una obra suya desde hace fuuu... porque en Ecuador se agotan siete funciones seguidas, en un teatro de seicientas butacas. Lo que siempre me recuerda la primera función en que lo vi, en el Patio de Comedias, cuando solo estábamos treinta personas...

Así que no podía dejar de escapar esta opotunidad y fui a buscar la facultad de Bellas Artes de la Complu. Iba decidido a encontrar un lugar discreto entre el público, para que Sergio no me viese: nunca se sabe qué efecto puede causar ver a un viejo amigo, en otro país... pero deseché la idea en cuanto entré al auditorio: habrían unas cincuenta personas... así que me fui a primera fila, nomás.
En cuanto empezó el espectáculo recordé tantas experiencias maravillosas, tantos amigos, todo lo que removió en mí el trabajar con Sergio. Por suerte, aún no había reparado en mi presencia. Pero cuando salió Bobi, fue otra cosa. Mientras el suco ese (rubio como decimos en mi tierra) se metía con el público, yo empezaba a acomodarme y disfrutar del encuentro. De repente Bobi se paró cerca de mí, giro y me clavó sus ojos de un verde intenso. Nunca me había fijado en su mirada. Descarado como es, me sostuvo la mirada un buen rato... y vi allí todo el cariño del mundo, la alegría del encuentro, la nostalgia de los recuerdos comunes, la emoción de vernos acá, tan lejos...


Le robé una foto de la página web de Sergio.

- ¡Che, Javi! ¿Qué hacés acá?

Y me dio un abrazo, y yo lo abracé a él, como a un hermano: nos dimos el beso en la mejilla, de rigor... y me empezaron a salir las lágrimas.

- Chau, nos veremos gente... nos vemos Javi... ojalá que en Quito...

Ojalá Bobi.

No había visto a la abuela Margarita desde el 2000, antes de que muriera mi abuela, poco antes que estrenásemos "Juego de manos..." con el grupo Villanos.

La abue.

No puedes dejar de conmoverte con esta abuela, tan abuela: intentando casar a todo el mundo, fregándose las rodillas, despotricando contra todo... y poniendo cara de susto cuando el nieto le confiesa que quiere ser titiritero (igual a la cara que puso la mía). Pero cuando el titiritero se durmió en su regazo y la abuela acarició su cabeza para darle su bendición... extrañé como nunca a la Bachita... y a la Rosita...

Gracias Sergio.