lunes, 2 de agosto de 2010

Jacinto Collahuazo

Fue mágico y atemorizante.

Estar ahí, en el lugar que tanto tiene de ti y que tanto tiene de mí. Jacinto, mi Jacinto, volvía a la ciudad en la que nació y que, curiosamente, pisaba por vez primera. Aunque tampoco sé si decir "pisaba" sería lo correcto porque, al final, soy yo quien le presta los pies. Así que convengamos en decir que allí estábamos ambos.
Toa nos llevó a Otavalo porque quería que todos vean a su novio Jacinto. Y hacia allá fuimos. Apenas llegamos, empezó a llover. El escenario estaba construido en mitad de un patio, en el Ayllu Wasi, y era imposible armar el espectáculo. Así que nos pidieron que ofrendemos un par de copitas de puro a la pachamamita, para que no nos tratase mal durante la presentación.
Y así fue: de repente el cielo se abrió y nos fue permitido subir a escena.

¡Qué duro es decir ciertos textos en ciertos contextos! Gaspar de Mogrovejo estaba contando sobre las dificultades de estudiar en la universidad colonial, sobre los juramentos de pureza de sangre: ...hay que jurar, ante Dios y por escrito, que en la familia de uno nunca, jamás, se han mezclado con moros, judíos, negros... y, repentinamente, un nudo en la garganta, una desazón y un no saber qué hacer... ¿Cómo decirlo frente a un público así? ¿Cómo confrontar la propia realidad del actor, descendiente de indígenas que se blanquearon? Un silencio que se extiende hasta lo insostenible da paso al texto que, como nunca, pesó demasiado: ...ni indios.

Pero en el instante en que saliste al escenario, Jacinto, todo cambió. Decidiste hablar en runa shimi, en kichwa... primero fue el asombro y, luego, la risa abierta. ¿Sería que hablabas con acento? ¿O que solo entonces te convertiste, por fin, en un otro independiente? Porque fue cuando decidiste valerte por ti mismo, y contaste y bailaste y reíste como jamás antes lo habías hecho.

Luego de la función me di cuenta que, como un padre que observa a su hijo llegar a la mayoría de edad, empezaba a mirarte con respeto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que fortuna haber visto y escuchado a Jacinto Collahuazo, los textos tienen una fuerza conmovedora, esa que deviene de las voces ocultas, la voz del tiempo extraviado en nosotros mismos, alli la conmoción que senti. Un abrazo Javier Cevallos Perugachi, mi admiración y respeto por tu ser y tu trabajo, es una fortuna coincidir en tiempo y espacio.

Rosa Chávez dijo...

ja, ja no se que hice y el comentario que hice aparecio como anonimo

taita pendejadas dijo...

¡Hola Rosita! No había visto este mensaje... he descuidado bastante mi blog. Pues... yo solo tengo la mismas palabras en reciprocidad. Tu trabajo inspira a seguir soñando... un abrazo enorme desde estas tierras de quindes y taxos...