sábado, 21 de julio de 2007

Sobre ángeles y otros demonios (tercera parte)

















Existe, también, una piedra en la fachada de la iglesia de San Ignacio de Loyola de la Compañía de Jesús, en la parte baja del extremo norte, fechada en 1765; en ella los jesuitas mencionan (con aparente agradecimiento) al rey Carlos III… quien, dos años después, los va a expulsar de todo el reino de España. Y frente a esta fachada, en las barbas mismas de uno de los principales homenajes a la gloria de la fe católica (y a la de los hijos de Loyola), se puede encontrar al pecado y la picardía. Pues sobre los marcos de las ventanas, en el segundo piso de la casa frontera, el observador hallará una serie de angelitos sentados en ellos. Pero hay uno muy especial: sobre la ventana de la esquina sur está sentado un niño que parece haber llegado con apuro, molesto por haber sido interrumpido en una práctica secreta y placentera; o talvez solo es un ángel precoz, un fornicador celestial, un recuerdo de que la inocencia también puede ser divertida. Cuando el curioso se coloca bajo este angelito descubre, con asombro, un enorme pene que se asoma entre sus piernas regordetas.

lunes, 16 de julio de 2007

Sobre ángeles y otros demonios (segunda parte)

Es que dicen que todo chagra, todo afuereño, que llega a esta ciudad se quiteñiza. Esto cuenta también para las cortes celestiales. Al realizarse está transformación el sujeto adquiere toda esa compleja maraña de sentimientos, actitudes y complejos del mestizo nacional. Hombres y mujeres contradictorios y conflictivos que conviven en una sociedad que aún presume de su mojigatería.
Si algo amo de Quito es esa ironía. Existe una calle en la Mariscal que lleva el nombre de un obispo que intentó moralizar a los habitantes de la Muy Noble Ciudad y, por supuesto, fracasó en el intento: el ilustrísimo señor doctor don José Calama. ¡Vayan a ver ustedes la calle que lleva su nombre! El eje de la diversión nocturna en el centro mismo del barrio de la Mariscal, posiblemente la calle más escandalosa y decadente de toda la ciudad. El pobre obispo debe estar en su tumba, revolcándose de la ira, por tan dudoso homenaje.

lunes, 9 de julio de 2007

Sobre ángeles y otros demonios (primera parte)

Siempre detesté a los ángeles, más aún en estás épocas de espiritualidad liviana, al alcance de temperamentos simples y tiempos cortos. La sola idea de eternidad siempre me ha aterrorizado, aunque sea vestido de blanco y con una lira en la mano. Sin embargo, he descubierto (con alivio) que estos seres no son tan solemnes como nos hacen creer, sino que entre ellos también existen los que se nos revelan humanos, con todos los defectos que ello conlleva. Supongo que ya se ha hablado, hasta el cansancio, sobre la aparatosa caída de Luzbel, el más bello de los ángeles; se ha discutido sobre el sexo, la forma y esparcimiento de estos seres celestiales; muchos aseguran hablar directamente con ellos o, por lo menos, verlos con cierta regularidad en algún rincón de la casa; y, finalmente, hay los que se enmascaran tras sus representantes más belicosos (los arcángeles) para justificar sus tendencias de odio y exclusión social.
Los ángeles de mi ciudad son una cosa curiosa. No porque se salgan del molde de lo que un ángel deba ser sino porque, de alguna manera, aprenden a ser únicos, sin dejar de pertenecer a las altas esferas del mundo espiritual. Son, pues, unos ángeles que más bien parecen chullas. Y, como quiteños que son, han aprendido a vivir de la apariencia: pueden parecer aunque, en verdad, no sean.