domingo, 16 de septiembre de 2007

Sobre ángeles y otros demonios (cuarta parte)

Hay algunos ángeles que pueden tomar formas curiosas. En la fachada de la iglesia de San Agustín se encuentran a cuatro seres alados de rostro curioso. El primero es un ángel, con toda propiedad, pero de los otros no se puede asegurar nada: son un león, un toro y un águila. Esta suerte de bestialismo etéreo tiene su explicación en el tetramorfos apocalíptico, el ser fantástico que sostiene el trono de Dios, en la visión de Juan. Cada ser simboliza a un evangelista: Mateo, Marcos, Lucas y Juan mismo. Sin embargo, Luciano Andrade Marín nos hace notar la forma especialísima del águila, que parece que no sería tal, sino que más bien se trataría de un curiquingue, introducido subrepticiamente entre el resto. Los artistas quiteños hicieron así un homenaje a un ave americana, a despecho de las Escrituras.

Nuevamente en la Compañía, los mismos cuatro seres sostienen el púlpito de la iglesia, y sobre ellos, en el fuste de la columna que le sirve de sostén, conviven, en extraña armonía, querubines españoles e indígenas. Los americanos están intercalados entre los otros, pero destacan por sus frentes anchas, pómulos prominentes y labios gruesos. El cielo alcanza para todos.

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